Por qué hay que tener buena onda con los profesores

Ya he contado en algunos posts  y en la pestaña «Acerca de…» que además de mi trabajo habitual con el cual me gano la vida (que pomposo que suena) también estoy terminando la carrera de Ingeniería Electrónica en la Universidad Nacional del Sur (aunque en realidad lo de «terminando» es meramente especulativo, ya que trabajando y estudiando a la vez, uno nunca sabe bien en que momento terminará, pero bueno, ese es otro tema).

El hecho de trabajar full time me obliga en muchas oportunidades a tener que hacer malabares para poder cursar o rendir materias, ya que las complicaciones son varias: horarios que no coinciden, falta de tiempo para estudiar, pedir permisos constantemente en el trabajo, etc.

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Debido a estos inconvenientes, me veo obligado  muchas veces a pedirles favores a los profesores o a los ayudantes de práctica, para poder cumplir con los requisitos de la cursada. Y en estos años de esfuerzo he aprendido algo: siempre es bueno hacerse amigo de los profesores (o léase «hacerse el amigo», es lo mismo).

Cuando ingresé por primera vez a la Universidad (allá por el año 97) era bastante más renegado y  si un profesor/a me caído medio pesado, o era medio agrio, le hacía la cruz. Creo que esta es una actitud que la mayoría de nosotros tenemos en la adolescencia.

Sin embargo hoy, con unos añitos universitarios más, la realidad volvió a mostrarme lo equivocado que estaba en mis primeras épocas en la uni.

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